¿Puede una persona cambiar una vida? Según un fiel amigo de St. Jude, sí y de maneras inimaginables
Marcelino Quiñonez superó muchos retos con la ayuda de la comunidad. Ahora es él quien toma las riendas para ayudar a los demás.
23 de septiembre de 2021 • 6 mínimo
En el primer día de clases de Marcelino Quiñonez en Anthony Dorsa Elementary School, en San José, California, su maestro de cuarto grado, Jeff Bernstein, les pidió a los alumnos que sacaran el libro “Ramona Quimby, Age 8”.
Uno por uno, fueron leyendo fragmentos del libro en voz alta. Marcelino escuchaba con asombro. “Todos saben leer”, pensó. Lo invadió la vergüenza y su corazón empezó a latir fuerte. ¿Qué haría si el Sr. Bernstein lo llamaba?
Marcelino no sabía leer.
El Sr. Bernstein lo llamó. Marcelino tragó saliva mirando fijamente la página del libro con la cara roja de vergüenza. El Sr. Bernstein caminó hasta el pupitre de Marcelino y le señaló el párrafo donde debía comenzar a leer. Marcelino leyó en voz alta la primera palabra, una que reconocía: “El.”
“Tío”, siguió leyendo el Sr. Bernstein.
“Era”, leyó Marcelino, haciendo una pausa.
“Rico”, leyó el Sr. Bernstein.
El maestro se quedó a su lado mientras Marcelino leía las palabras que conocía: “él”, “en”, “ella”, “eso” y “el”. El Sr. Bernstein leyó el resto y le dio una palmadita en el hombro.
La mamá de Marcelino lo ayudó en la casa, explicándole cómo las letras formaban sonidos, y los sonidos, palabras. Y llevó a Marcelino a la biblioteca.
Unos meses después, el Sr. Bernstein les pidió a sus estudiantes que leyeran un fragmento, reflexionaran sobre una situación similar en sus propias vidas, y escribieran algo sobre eso. El maestro puso el trabajo de Marcelino en el proyector.
Estaba lleno de faltas de ortografía y errores gramaticales, pero el Sr. Bernstein elogió la historia que había escrito Marcelino. Eventualmente, Marcelino iba a corregir su ortografía y su gramática. Pero allí, en ese salón de clase de cuarto grado, el Sr. Bernstein se dio cuenta de que Marcelino podía hacer algo más que solo escribir. Marcelino podía pensar.
El Sr. Bernstein creía en este niño lleno de empeño que había venido de México a los Estados Unidos cuando tenía 5 años, y cuyos padres no habían estudiado más allá del sexto grado. Fue la primera de las muchas personas que a lo largo de su vida le enseñaron a Marcelino que una sola persona —un padre, una madre, un maestro, un mentor o incluso un extraño— puede cambiar una vida.
Marcelino siente la obligación de corresponder de la misma manera y ayudar a los demás gracias a lo que personas como el Sr. Bernstein hicieron por él. Es parte de la historia de su vida, una historia que ha contado una y mil veces sobre un alumno de cuarto grado que no sabía leer y que creció y se convirtió en una voz influyente en la comunidad latina, voz que ahora usa para apoyar a St. Jude Children’s Research Hospital.
Marcelino es parte de un nuevo consejo que genera conciencia y recauda fondos en la comunidad latina para ayudar a los niños de St. Jude. Marcelino ayuda y hace cosas por los demás, así como otros lo hicieron por él.
Es su historia de vida lo que lo trajo hasta aquí.
'Un maravilloso ejemplo de perseverancia y liderazgo'
Marcelino se estaba postulando para integrar la junta escolar en 2012 cuando Imelda Ojeda, directora de desarrollo regional en Phoenix para ALSAC, la organización de concientización y recaudación de fondos de St. Jude Children's Research Hospital, escuchó por primera vez la historia de Marcelino.
Fue así como nació su amistad. Marcelino, educador, Ojeda, trabajadora social, ambos inmigrantes, mentores y activistas, con caminos que se cruzan en campañas de apoyo, eventos de recaudación de fondos y actos comunitarios.
Ojeda se sintió tan conmovida por la historia de Marcelino que el año pasado le pidió que hablara con la Sociedad de Liderazgo de St. Jude, un programa dirigido a estudiantes de secundaria diseñado para aprender sobre liderazgo, servicio a la comunidad y cómo establecer vínculos significativos. Y, este año, le pidió que lo hiciera nuevamente.
“Siempre he pensado que Marcelino es un maravilloso ejemplo de perseverancia y liderazgo”, comentó.
Ojeda quería que los adolescentes conocieran la historia de Marcelino.
'Tal vez podría ir a la universidad'
Marcelino tenía apenas 5 años cuando partió con su familia desde Santiago Papasquiaro, en el estado de Durango, México, para instalarse en San Jose, California, donde vivían en un pequeño apartamento de dos dormitorios en un edificio viejo y destartalado.
Su padre, Gregorio Quiñonez, trabajaba doble turno como mesero en dos restaurantes mexicanos. Su madre limpiaba casas.
No tenían mucho, pero cuando algún vecino necesitaba ayuda, acudía a la madre de Marcelino. “Cuando podemos dar una mano”, le dijo Ofelia Quiñonez a Marcelino, “debemos hacerlo sin siquiera pensarlo”.
Se habían mudado a una casa alquilada en un mejor vecindario de la ciudad cuando Marcelino comenzó cuarto grado con el Sr. Bernstein.
Su padre había tenido que abandonar la escuela después del cuarto grado. Su madre sólo había ido hasta sexto grado.
Marcelino estaba ya en sexto grado, camino a ayudar a su madre a limpiar la casa de Archuletta cuando, esperando en un semáforo en rojo, le preguntó: “Marce, ¿a qué universidad vas a ir?”
“Si mi mamá me hace esta pregunta”, pensó en ese momento, “tal vez podría ir a la universidad”.
Por primera vez, Marcelino comprendió que todo el esfuerzo que habían hecho sus padres, mudarse a los Estados Unidos, trabajar de sol a sol, era para darles a sus hijos oportunidades que ellos nunca tuvieron.
En 1997, la familia se mudó a Phoenix, donde ya en octavo grado, Marcelino tuvo que preparar un informe de un libro acerca del presidente John F. Kennedy.
“No pregunten qué puede hacer su país por ustedes – pregunten qué pueden hacer ustedes por su país”, fueron las palabras del discurso de Kennedy que hicieron eco en Marcelino. Era como lo que su madre le había dicho.
No tenían una impresora en su casa, así que Marcelino imprimió el discurso inaugural de Kennedy en un centro comunitario y lo llevó con él en una carpeta, para que le sirviera de recordatorio.
'Tus logros serán un reflejo de las personas que te ayudaron'
En South Mountain High School, Marcelino memorizó fragmentos de la novela “The House on Mango Street” de Sandra Cisneros. Leyó obras de Mark Twain y William Shakespeare.
Aquel niño que a duras penas había podido leer “Ramona Quimby, Age 8” frente a sus compañeros de cuarto grado se había convertido en un apasionado de la lectura.
El consejero académico de Marcelino, Paul Figueroa, se parecía a él porque tenía el mismo aspecto, la misma piel morena y un apellido que sonaba familiar. Pero el Sr. Figueroa tenía un título universitario y su propia oficina.
Ambos solían pasar largos ratos hablando de libros y de arte. El Sr. Figueroa tenía un cuadro en una de las paredes de su oficina, era una copia de una pintura de Vincent Van Gogh, “Café Terrace at Night”.
El Sr. Figueroa nominó a Marcelino para la beca “One at a Time” ofrecida por The Society of St. Vincent de Paul, una organización sin fines de lucro que ayuda a estudiantes con dificultades financieras. Era un sábado cuando Marcelino, arreglándose y enderezándose la corbata, esperaba ansioso su turno para la entrevista.
Sus calificaciones eran buenas. Estaba en el programa de teatro, era presidente del Club de Francés y vicepresidente del capítulo National Honor Society de la escuela. ¿Sería suficiente?
Marcelino obtuvo la beca; le cubría el costo de los libros de texto, la gasolina para ir y venir del campus y otros gastos esenciales. Pero lo que importaba no era la cantidad de dinero. Otra beca cubriría su matrícula universitaria.
Lo que verdaderamente importaba era que la gente creyera en él.
'Necesitamos contenido y esencia'
En la Arizona State University, Marcelino se anotó en la clase de Historia del Teatro de la Profesora Gitta Honegger y luego en todas sus otras clases.
La profesora Honegger era una aclamada actriz, autora y directora.
Al igual que Marcelino, era inmigrante, venida de Austria. Y por ese motivo, parecía esperar más de Marcelino.
La profesora Honegger le devolvió uno de sus escritos, marcados con tinta roja. Era un buen actor con mucho carisma, pero necesitaba algo más.
“Necesitamos contenido y esencia, Marcelino”, dijo.
Si Marcelino quería que la gente lo escuchara, tenía que decir algo. Algo con contenido, con esencia.
'Tus logros serán un reflejo de las personas que te ayudaron'
Como parte de la beca “One at a Time”, a Marcelino le asignaron un mentor: Walt Gallegos, un ingeniero ya retirado.
El Sr. Gallegos lo llamaba periódicamente para saber cómo iba todo. Un día, el Sr. Gallegos lo invitó a almorzar. Marcelino tenía buenas noticias. Excelentes calificaciones. Un examen calificado con una A. Y una obra que estaba escribiendo.
Marcelino no podía creer que este hombre, que en definitiva era un extraño, estuviese tan interesado en sus estudios y en su progreso. El Sr. Gallegos hablaba con decoro y se vestía muy profesionalmente. Marcelino seguía su ejemplo.
“Tus logros serán un reflejo de las personas que te ayudaron”, le dijo Gallegos a Marcelino.
Cuando Marcelino se graduó en 2007, miró orgulloso su diploma e imaginó otros nombres junto al suyo. Gregorio y Ofelia Quiñonez. Sr. Bernstein. Sr. Figueroa. Profesora Honegger. Sr. Gallegos.
'Yo creí en su potencial'
Su primer trabajo fue como maestro en una escuela charter de Phoenix, donde casi todos los estudiantes eran hispanos, y más del 90% calificaba para programas de asistencia federal para recibir comidas gratis o a precio reducido. Niños como Marcelino.
Marcelino les pidió que leyeran fragmentos de la novela “The House on Mango Street”, que pensaran en una situación similar en sus propias vidas y que escribieran sobre eso. Tal como se lo había pedido el Sr. Bernstein en cuarto grado.
Sus historias eran importantes, les explicó Marcelino. Sus estudiantes tenían algo que decir. Algo con contenido y esencia.
“Yo creí en su potencial”, dijo Marcelino.
Y sucedió algo más. En las pruebas estandarizadas del estado, el 78% de los estudiantes de Marcelino de segundo año pasaron la parte de lectura. La meta de la escuela era del 64%.
El Sr. Quiñonez los había motivado a pensar.
'La vida me ha tratado muy bien'
Aquel niño que en cuarto grado no podía leer comprendió el poder que eso tenía.
Una copia de la obra “Café Terrace at Night” de Van Gogh, como la que él siempre veía en la oficina del Sr. Figueroa, cuelga en el comedor de su casa.
En su sala de estar hay una copia de “El Che”, la obra que comenzó a escribir en la clase de la Profesora Honegger y que publicó en 2015. Marcelino interpretó al marxista Ernesto “Che” Guevara en el Phoenix Center for the Arts en 2016, con funciones agotadas.
Viste con camisa, corbata y chaqueta, y habla con el mismo decoro que el Sr. Gallegos.
A sus 37 años, Marcelino tiene una hija, Mia, de 12 años, dos diplomas y una oficina en la Arizona State University, donde ayuda a estudiantes que nunca pensaron que podían llegar allí.
Formó parte de la junta directiva del Distrito Escolar Roosevelt, donde había sido estudiante, abogando por clases menos numerosas y programas de arte. Integra la junta directiva de St. Vincent de Paul y participa en otros grupos cívicos, en política y en movimientos de justicia social.
“La vida me ha tratado muy bien”, dijo Marcelino. “Y, solo por eso, creo que tengo la obligación de retribuir y ayudar a los demás”.
'Amigos de St. Jude'
El pasado mes de agosto, en Arizona, Marcelino llegó temprano a una reunión del Consejo Latino de St. Jude. Esa misma noche se llevaría a cabo la ‘Noche de Lotería’, un evento de recaudación de fondos organizado por el consejo en Frida’s Garden, una galería de arte de Phoenix que exhibe obras de artistas latinos.
Un evento a beneficio de St. Jude.
El consejo se reunió por primera vez en marzo y una vez por mes desde entonces, planificando eventos de recaudación de fondos con un toque claramente latino. Noche de Lotería. Y campañas de donación en tiendas de alimentos mexicanos tradicionales.
Los miembros del consejo prometieron reclutar a 10 participantes cada uno para la Caminata/Carrera de St. Jude de este mes. Lucirán camisetas que dicen “Amigos de St. Jude”.
Sandra Luna reclutó a compañeros de trabajo del banco donde trabaja para ser voluntarios en el evento. Luis Galindo propuso fechas para un evento de recaudación de fondos en su gimnasio.
Ojeda había notado que las personas que asistían a los eventos de recaudación de fondos en Phoenix no eran tan diversas como los pacientes que reciben tratamiento en St. Jude, ya que casi la mitad son personas de color.
“Nuestros fieles amigos y donantes no reflejan verdaderamente esa diversidad”, dijo. Especialmente en Phoenix, donde casi el 43% de la población es hispana.
Por su trabajo como activista comunitaria, Imelda sabía que se podía contar con los latinos para causas importantes. “Acuden cuando alguien necesita algo”, dijo, en particular la comunidad de inmigrantes.
Porque entienden lo importante que es que las familias de los pacientes de St. Jude nunca reciban una factura por tratamiento, hospedaje ni trasporte. Puede ser la diferencia entre la vida y la muerte.
Su socio, David Carrizosa, activista y empresario que asesora a otros empresarios, planteó la idea de crear el consejo. Reclutó a 12 miembros, todos ellos con un importante rol en la comunidad latina. El dueño de la galería. Abogados. Empresarios. Alguien de servicio bancario. Marcelino.
Marcelino ha aprendido que las grandes cosas surgen de grupos pequeños como este. De hecho, así fue como Danny Thomas recaudó el dinero para fundar St. Jude en 1962, conectándose con una persona a la vez.
Una sola persona puede hacer cosas maravillosas. Gregorio y Ofelia Quiñonez. Sr. Bernstein. Sr. Figueroa. Profesora Honegger. Sr. Gallegos.
Sr. Quiñonez.