El mejor obsequio que recibió esta madre vino de St. Jude
Llegué con mi hijo, Carlos, a St. Jude el 10 de mayo. Era el Día de la Madre en mi tierra natal de El Salvador, un día en que las madres normalmente se despiertan con sonrisas y abrazos de sus hijos. Este era muy diferente.
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Llegué con mi hijo, Carlos, a St. Jude Children's Research Hospital el 10 de mayo de 1996. Era el Día de la Madre en nuestro país de origen, El Salvador. Un día, en que las madres normalmente se despiertan con sonrisas y abrazos de sus hijos. Un día de celebración.
Sin embargo, yo sentía muchas emociones encontradas al llegar a Tennessee, donde está ubicado el hospital. Estaba asustada, preocupada; y mi mayor deseo ese día era que de alguna manera mi Carlos, mi único hijo varón, se curara.
Carlos recibió tratamiento por una infección de garganta en El Salvador por seis meses. No había pensado en la gravedad de lo que estaba pasando. En esos seis meses, quién se hubiera imaginado que una simple infección de garganta, como se creía que tenía, terminaría siendo un diagnóstico de leucemia linfoblástica aguda. En mi país le dieron a mi hijo un 20% de posibilidades de vida por este cáncer que los médicos habían dicho que ya estaba avanzado.
Mi hijo fue referido a St. Jude, a más de 1,200 millas de distancia de nosotros. Y ese fin de semana del Día de la Madre en 1996, entramos por las puertas de St. Jude, sin saber qué esperar con la salud de mi hijo o cuánto costaría el tratamiento. Ese día fuimos recibidos por doctores y enfermeras. Examinaron a Carlos para evaluar si necesitaba hospitalización inmediata. Pero tras un chequeo, los médicos vieron que por el momento estaba bien y no había necesidad de hospitalizarlo. Después fuimos a un hotel a descansar y regresamos al día siguiente donde Carlos se sometió a unas pruebas para reevaluar su diagnóstico y ver qué tipo de tratamiento necesitaría.
El siguiente día recibí uno de los regalos más grandes que una madre puede pedir, la esperanza de saber que de un 20% de supervivencia de esta terrible enfermedad, subio a un 50% de posibilidad de que mi hijo podría salir adelante. Además de eso, no tenía que preocuparme por los gastos de su tratamiento, comida o alojamiento. Las familias nunca reciben una factura de St. Jude por tratamiento, transporte, hospedaje ni alimentación. En aquellos días de incertidumbre y preocupación nunca me imaginé que mi hijo fuera diagnosticado con una enfermedad tan grave a tan corta edad. Su tratamiento consistió en quimioterapia una ves por semana, por los próximos dos años y medio.
El 10 de noviembre de 1998 a las 6:10 pm marcó el triunfo de la batalla más importante de mi hijo, al ver caer la última gota de quimoterapia que marcó el final de unos largos años de lucha para vencer esta terrible enfermedad. Hoy día mi hijo Carlos tiene 32 años de edad y está libre de cáncer. Tiene a su hermana Gabriela de 16 años a la cual guia, proteje y quiere mucho. Ambos trabajamos en ALSAC, la organización de concientización y recaudación de fondos para St. Jude. Entre las pasiones de Carlos están los autos. Carlos es nuestro orgullo y milagro de Dios.
Este año, este Día de la Madre, tengo a mi hijo conmigo, feliz y saludable. Un deseo del Día de la Madre hecho realidad hace más de dos décadas gracias a St. Jude.
Estoy agradecida con Dios, el hospital, los doctores, enfermeras, y el apoyo de mi familia durante estos momentos difíciles. Con cada persona que aporte un granito de arena lograremos que juntos se cumpla la misión de salvar vidas de St. Jude. Porque juntos “No descansaremos hasta que ningún niño muera de cáncer”.