Dwight tenía 13 años en aquel entonces. Hablaba con acento country. Era alto para su edad y de contextura robusta, lo cual era ideal para jugar al básquetbol. Su entrenador lo hacía jugar debajo del aro para que aprovechara los rebotes y encestar, pero también era bueno defendiendo el balón. Y vaya que le gustaba jugar.
“Yo era muy bueno en la cancha y no lo digo para presumir”, dice hoy Dwight Tosh, después de todos estos años, recordando aquellos días en los que el básquetbol era todo su mundo, y sus sueños estaban a su alcance. “Todo iba bien en mi vida”.
Corría el año 1962, en el noreste de Arkansas, una época en la que los celulares aún no existían y solo se compartían líneas fijas. Una época en la que viajar en auto a Jonesboro, con una población de poco más de 20,000 habitantes por aquel entonces, era como ir a la gran ciudad; y Memphis bien podría haberse comparado con viajar a la luna.
Era una época más simple, incluso para la ciencia médica, que estaba perdiendo a cuatro de cada cinco niños diagnosticados con cáncer.
Así que cuando el joven Tosh comenzó a enfermarse — con episodios de fiebre y manchas en la piel — los médicos en Jonesboro estaban desconcertados. ¿Sería rubéola? ¿Escarlatina? Y luego, como su estado seguía empeorando, llegó su internación — pero, ¿para qué, exactamente?
“No podían bajarme la fiebre”, dice Tosh. “Estamos hablando de unos 105, 106 grados, incluso a veces 107.
“Pero luego apareció un bulto, un bulto grande”, dice, pasando una mano sobre su cuello, tratando de encontrar la cicatriz. “Me hicieron una biopsia y así descubrieron que era cáncer”.
Era linfoma de Hodgkin, un cáncer que comienza en el sistema linfático, que forma parte del sistema inmunológico. La tasa de supervivencia en los niños por aquel entonces era del 50% — era como lanzar una moneda y ver de qué lado caía. Pero el caso de Tosh estaba tan avanzado que los médicos llamaron a su familia.
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Dwight tenía tan solo 13 años. No sabía lo que era el cáncer. Sólo quería volver a jugar al básquetbol, pero no podía mantenerse de pie, y mucho menos caminar. No tenía ganas ni de comer ni de vivir. “Parecía”, cuenta Josh, “como si mi piel se hubiese estirado toda sobre mis huesos”.
¿Y entonces?
“Recuerdo que me contaron algo sobre un hospital que se había inaugurado”, dice Tosh. “Me dijeron, ’Vamos a llevarte a Memphis’”. Tras recorrer 70 millas en ambulancia, Josh entró a St. Jude Children’s Research Hospital en una camilla. Fue el 22 de abril de 1962.
Hacía tan solo 78 días que el hospital había abierto sus puertas. Lleva el nombre del santo patrono de las causas difíciles, y fue fundado por el artista Danny Thomas, quien creía que “ningún niño debía morir en el amanecer de la vida”.
Dwight Tosh fue el paciente No. 17.
Tiempos difíciles y un amor
Es una mañana radiante de verano, 56 años y decenas de miles de pacientes más tarde.
Tosh sale de su casa en las afueras de Jonesboro para conducir 2 horas hasta el capitolio del estado en Little Rock. Es un representante estatal en ejercicio de su segundo mandato — Distrito 52, mayormente rural, como él mismo — y tiene un par de reuniones del subcomité a las que asistir.
Habla mientras conduce, luego de pasar por Cash (una pequeña ciudad de 342 habitantes) y la torre de agua de Beebe (“Hogar de los Badgers”), dejando atrás John 3:16 Ministries y el Flea Market de la salida 48. Se ríe mucho, se emociona en un momento, pero sobre todo se maravilla de todo lo que le ha pasado en una vida que casi se la arrebatan antes de que pudiera crecer y disfrutarla.
Dwight está casado hace 48 años. Tiene dos hijos y cuatro nietos. Es un veterano de la Policía Estatal de Arkansas de donde se retiró como capitán luego de 37 años de servicio. Es representante estatal en su tercer año de mandato. Es uno de los pacientes de St. Jude que más tiempo sobrevivió y colabora con el hospital hablando ante grupos de todo el país.
“Uno se pone a pensar, si la inauguración del hospital se hubiese demorado tan solo unas pocas semanas”, dice. “Yo no tenía muchas semanas por delante”.
En 1962, St. Jude era un solo edificio, y Tosh recuerda que tenía que atravesar un túnel para llegar a otro hospital, St. Joseph, para recibir radiación y quimioterapia.
En una visita al hospital años más tarde, cuando St. Joseph ya no existía y St. Jude se había convertido en un inmenso y moderno campus, Tosh se encontró frente a un pasillo — donde, según le dijeron, antes se encontraba el viejo túnel.
Pero también hay recuerdos felices. Como aquel día en que los Tres Chiflados vinieron a visitar el hospital. “Ah, eso fue muy emocionante”, dice.
“Hacían payasadas, ya sabes, saltando de aquí para allá y todos nos reíamos”. O el día en que un hombre famoso del que Dwight nunca había oído hablar vino a su habitación, se sentó a un lado de la cama y dijo — de un D.T. a otro — “Sabes, tú eres la razón por la que construí este hospital”.
La madre de Tosh lo acompañó en todo momento en St. Jude. Su padre pasaba la mayor parte del tiempo en su casa en Arkansas, trabajando un turno extra en la fábrica de zapatos, porque si bien el tratamiento de St. Jude siempre ha sido gratis para las familias, tenían que pagar los gastos médicos por el tratamiento que Tosh recibió en Jonesboro.
Eran tiempos difíciles, y lo siguieron siendo cuando Tosh regresó a casa, luego de su exitoso tratamiento. Algunos padres se resistieron a que regresara a la escuela ese otoño por temor a que sus hijos se contagiaran la enfermedad por la que Tosh había sido enviado a un nuevo hospital de investigación en Memphis.
“No lo entendía en ese momento, pero lo entiendo ahora”, dice Tosh. “St. Jude acababa de inaugurarse. Y era un hospital de investigación. Eso asustaba a la gente. Pero en ese entonces no sabían, no entendían.
“Solo querían proteger a sus hijos”.
Pero el superintendente dijo que Tosh era bienvenido, y la junta escolar estuvo de acuerdo. Así comenzó la experiencia de Tosh en la escuela secundaria. ¿Y qué fue lo mejor de esa etapa? Su novia, Joan.
“Mi esposa, una mujer extraordinaria", dice. Es un tema recurrente en las conversaciones con Tosh, durante todo el viaje de ida y vuelta al capitolio del estado.
Se conocen de casi toda la vida. Ambos vivían en un área rural en las afueras de Jonesboro. Cosechaban algodón juntos. Iban juntos a la iglesia.
“Era malhumorado”, dijo Joan más tarde ese día, cuando se le pidió que describiera al joven Dwight. “Ya sabes, los chicos siempre hacen bromas”.
Iban a la misma escuela, y se pusieron de novios cuando Joan estaba en segundo año y Dwight en tercero. Ella era la chica más hermosa de la escuela, dice Dwight, y “aquí estoy, un niño enfermo que todavía no se ha recuperado del todo”.
Entonces se pone serio y lo dice de otra manera: “Sabes, mucha gente se alejaba de mí. Pero ella caminó directamente hacia mí.”
Joan dice que su madre le decía que Dwight podría enfermarse de nuevo, podría no poder tener hijos, y si pudiera, ¿serían niños sanos?
Estar en todo
“Estoy seguro de que todo el mundo pensaba lo mismo”, dice Joan. “Nadie sabía en realidad. Dije, ‘Bueno, no importa’. Cuando hay amor, no importa”.
Danny Thomas dijo una vez: “Si construimos todo este lugar y salvamos la vida de un solo niño, el esfuerzo habrá valido la pena”.
Él pudo haber estado hablando de ese otro D.T. — Dwight Tosh, quien se convirtió en un policía estatal a pesar de las dudas sobre sus capacidades físicas, a pesar de las preguntas sobre si su cáncer podría regresar.
“Trabajé duro. Presté servicios como voluntario para distintas causas. Me convertí en líder del equipo de SWAT. Luego, en negociador de rehenes — fui entrenado por el equipo de negociación de rehenes del FBI. … Lo que quiero decir es que no importaba de qué se tratara, yo quería estar en todo”.
Tosh dice que tenía una misión: demostrar lo que puede lograr un sobreviviente de cáncer, demostrar que “no se trata solo de un pobre niño enfermo que ha perdido la capacidad de hacer cualquier cosa”.
Y su misión continúa. Así es como describe su trabajo como legislador, una continuación, tal como él lo ve, de su trabajo como policía estatal: “Siento que estoy aquí para ser un funcionario público”.
“Es un apasionado de todo lo que se propone hacer”, dice su hija, Christy Tosh Crider, una abogada de Nashville. “Él quiere vivirlo todo al máximo, ya sea siendo un abuelo increíble, o subiéndose a todas las atracciones con los niños cuando los llevaba a Silver Dollar City (un parque temático en Branson, Missouri).
Tosh presume de sus nietos: los dos hijos de Christy y los dos de Brant, su hermano. Disfruta especialmente de sus hazañas atléticas. Se podría decir que las vive indirectamente a través de ellos, porque aunque Dwight no pudo reanudar su carrera en el básquetbol después de haber recibido el tratamiento, sigue sintiendo pasión por ese deporte.
Brant, que vive en Jonesboro y siguió los pasos de su padre en la Policía Estatal de Arkansas, cuenta una anécdota.
“Fue hace más o menos un mes”, dice. “Habíamos salido a comer o a algún lugar, no recuerdo exactamente. Era tarde. Mi papá le estaba contando a mi hijo sobre su estilo en los tiros libres. Eran como las 9:30 de la noche y estábamos todos hablando en el auto. Dijo algo así como “Escucha, solo tenemos que ir al gimnasio y practicarlo”. Por supuesto, mi hijo dijo: “Bueno, vayamos ahora mismo”.
“Ya sabes, la mayoría de la gente de la edad de mi padre a los 9:30 de la noche, lo último que pensarían es en llevar a su nieto a un gimnasio para practicar sus tiros libres. Yo estaba agotado. Así que salimos y ellos se fueron al gimnasio a jugar al básquetbol. Yo ya estaba durmiendo cuando lo trajo de vuelta a casa”.
Ah, el básquetbol. Fue el primer amor de Dwight Tosh y, tristemente, el motivo de su gran pesar hasta el día de hoy.
Hace una pausa y agrega: “Pero si nunca hubiese estado enfermo, ¿con quién me habría casado? Mi vida entera podría haber sido distinta. … Nunca habría sido un policía. Mi esposa y yo, quizás nunca nos hubiésemos gustado. Entonces no tendría a mis hijos”.
¿Qué habría pasado si…? — un juego cruel, aun sin considerar el cáncer. Pero Tosh no tarda mucho en darse cuenta: ¿Por qué jugar a un juego que ya has ganado? Porque no sólo sobrevivió, sino que prosperó en la vida. Ha salido en defensa de cada niño que venció el cáncer solo para enfrentar las dudas que algunas personas tienen sobre los sobrevivientes. Ha vivido una vida fabulosa y gratificante — familia, carrera, segunda carrera, lo ha tenido todo — y, a los 70 años, todavía no ha terminado.
“Me pellizco”, dice ahora, riendo mientras conduce hacia el capitolio del estado, maravillándose de todo, ante esta vida que St. Jude hizo posible. “A veces, ni yo lo puedo creer”.
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