Una palabra de aliento en el idioma natal es a veces tan necesaria como el tratamiento más efectivo para una enfermedad terminal. Las voluntarias hispanas de St. Jude Children’s Research Hospital conocen muy bien esa realidad.
Como coordinadora y voluntaria para St. Jude desde la década del 80, Maria Chandler tiene muchas historias para contar. “Yo quedé impactada un día que entró esta señora al hospital. La veo que está muy triste y le hablé español”, recuerda Chandler. “Ella me dice que fue como ver una aparición. ‘Yo he estado rezando todo el viaje’, me decía. Todo porque ella sintió gran alivio al estar yo presente en un momento de gran angustia’”.
Voluntarios internacionales en St. Jude
La administración de St. Jude reconoció desde muy temprano la necesidad de contar con voluntarios de diferentes culturas y lenguas, por lo que reclutó a tres traductoras en la década de los 70. De esta manera, el grupo fue creciendo a 10 voluntarias hispanas en la década de los 80 y poco más tarde, se fue añadiendo personal de Egipto, Rusia, China, Francia, Portugal y el Medio Oriente.
Juntos, no solo han ayudado a las familias del hospital a entender mejor los diálogos médicos, sino que se han convertido en parte esencial del proceso de adaptación a su nuevo ambiente. Los voluntarios les ayudan a conseguir los recursos que necesiten para vivir en Memphis, e incluso les aconsejan acerca de tomar cursos de lenguaje o sobre actividades recreativas para despejar su mente en medio de su dolorosa situación.
“Las familias usualmente llegan cansados, desesperados y la presencia nuestra es como un impacto de alegría”, explica Chandler. “Sabemos el idioma. Nos comunicamos. Además de alivio espiritual, les ayudamos a aceptar la jornada de tratamientos”.
El impacto de las familias en las voluntarias
Memina Franklin es otra voluntaria de St. Jude que habla con mucha satisfacción sobre la experiencia de extenderle esa mano amiga a todos los que entran al hospital, hispanos o no.
“Yo siempre he sido muy alegre y siendo mexicana, muy orgullosa de traer la cultura”, dice Franklin. “A veces ni siquiera hay que decir que hablamos español porque simplemente nos ven y por lo general se abren a nosotros”.
“Me acuerdo, por ejemplo, de una niñita de unos 7 u 8 años que la internaron y encontró en mi algo familiar. Yo le preguntaba qué cosa quería y me dice ‘quiero comer mexicano’”, recuerda Franklin con una sonrisa amorosa.
“Yo le preparaba unas quesadillas mexicanas y me hablaba por teléfono: ‘oye cuando me vas a traer quesadillas’. Entonces, yo le preparaba unos cuantos paquetitos para varios días y al otro día me vuelve a llamar ‘oye, ¿cuando me vas a traer quesadilla? Ya me las acabé’”. Esta es un de las historias que más atesora Franklin.
Lecciones aprendidas
Pero como estas historias, Franklin y Chandler tienen muchísimas más para contar. En el proceso, han tenido la dicha de ser parte de momentos muy significativos para estas familias incluyendo cumpleaños, bautismos, graduaciones y matrimonios.
Chandler siente que a la vez que han ayudado a estos niños, ellas también han tenido la oportunidad de enriquecerse con la experiencia. “Hemos madurado tanto” expresó Chandler. “Hemos aprendido que los niños siempre han sido de porcelana y hay que tratarlos como porcelana. Hay que velar por sus sentimientos y hemos aprendido a velar por su parte interna para poderlos ayudar en esta jornada tan difícil. Estas han sido huellas que nos ha marcado a nosotras para siempre.”
Con más de 50 años de servicio voluntario en conjunto, Maria Chandler y Memina Franklin continúan donando su tiempo a los niños de St. Jude. Ninguna de las dos tiene planes de retirarse de tan bella labor.